A lo largo de toda la historia y en todas las culturas, al cabello se le ha otorgado un valor simbólico asociado a estatus social, fuerza varonil, fertilidad femenina o incluso la atención que le dedicábamos se traducía como una actitud ante la vida.
Si lucir una cabeza rapada fue símbolo de estatus en la cultura egipcia también se extendió esta práctica en la Edad Media como método de castigo institucional, o fórmula de deshumanización en los campos de concentración nazis. Pero si seguimos tirando de cultura y prácticas antropológicas, la Mona Lisa encarna un ideal de belleza en el que se eliminan las cejas para que la frente parezca más prominente, estereotipo de belleza clásica. O podemos analizarlo como un acto de rebelión en la cultura pop actual, que pretende reivindicar la desfeminización de la mujer para romper con todos los arquetipos hipersexualizados que acompañan a las mujeres de éxito en sus carreras.
Con estas pinceladas históricas puntuales sólo pretendo esbozar una hipótesis de partida: depositar en el cabello toda nuestra dosis de feminidad y belleza es una opción cultural y personal, pero no es la única posible ni quizás la más aconsejable. Ya sabemos que algunos tratamientos contra el cáncer tienen como efecto secundario la pérdida del pelo durante el proceso, lo que puede originar malestar social, en la gente que se topa de frente con una realidad que podría sortear algún día y psicológico para quien lo padece, porque quedarse sin cabello, cejas o pestañas puede generar un limbo identitario que debes combatir con convicción o múltiples alternativas estéticas.
El uso del pañuelo en cualquiera de sus modalidades y la interpretación que otorgamos al mismo, tanto desde la perspectiva cultural, religiosa o estética, constituye un claro reflejo de cómo nuestras construcciones influyen en nuestro modo de percibirnos y mostrarnos en la sociedad actual.
Si ha llegado el momento de enfrentarse a este desafío lo primero que debemos hacer es desterrar el miedo que sigue provocando el cáncer, que a día de hoy cuenta con un altísimo porcentaje de curación o cronificación. Lo segundo es anticiparnos a las posibles consecuencias del tratamiento con ese efecto secundario. Contar con profesionales para que nos aconsejen y nos rapen si es preciso puede ser una buena idea. Mientras tanto no podemos obviar que el peso que esta consecuencia temporal tenga en nuestra vida dependerá de nosotros que seguimos siendo quiénes somos con o sin cabello. Ir rapada, con peluca natural, sintética, con gorras o pañuelos son sólo opciones personales que deben ayudarnos a vernos mejor a mostrarnos y sentirnos mejor.
Comentarios recientes